Hacen bien los padres de familia en oponerse a la infiltración de conceptos que no han sido suficientemente explicados ni consensuados como el de “identidad de género”.
Por Gloria Huarcaya. 07 abril, 2017.Los miles de padres de familia que salieron a marchar bajo el lema “Con mis hijos no te metas” tienen justificadas razones para oponerse a la influencia de la ideología de género en la educación de sus hijos. Y aunque desde el Ministerio de Educación del Perú (Minedu) se niegue cualquier exceso, o incluso que exista tal ideología, lo cierto es que sus postulados se han divulgado desde hace varios años en los textos escolares de educación secundaria.
Tal como pude demostrar en una investigación de tipo cuantitativo – cualitativo, defendida en un congreso internacional (2011) y posteriormente publicada en un libro colectivo (2012), los textos escolares de ese período (2006-2009) ya difundían confusiones ideológicas, tan sutilmente, que pasaron desapercibidas por la opinión pública.
Hago referencia a esta investigación por haber sido citada múltiples veces en los medios de comunicación, y porque dada la coyuntura de polarización y desacuerdos, amerita un breve resumen. La publicación completa puede revisarse aquí: https://pirhua.udep.edu.pe/handle/11042/1774
El mayor inconveniente no era la inclusión del término “género” o su definición, sino la visión relativista ofrecida sobre el proceso de afirmación de la identidad sexual. Así, si bien se reconocían las bases biológicas del sexo en la sexualidad, esta dimensión natural quedaba sometida al subjetivismo de diversos factores: “vivencias, vínculos, sentimientos y deseos, la manera de sentir, de expresarse, de relacionarse con los demás, el género y la orientación sexual”.
Ninguno de los quince textos analizados explicaba el desarrollo de la identidad sexual como un proceso de integración armónica entre lo natural (el sexo) y lo social (el género), sostenida por la maduración de la persona y todos sus dinamismos. Es decir, se privilegiaba el sustrato subjetivo de la identidad sexual, reduciéndola a una autoconciencia personal.
El género no está desligado del sexo, ni es superior a él. La huella de la naturaleza es mucho más profunda y trascendente de lo que nuestros sentidos perciben. En gran parte de los textos, el “sexo” era reducido a la “condición orgánica” (lo genital) cuando en realidad, la biología de la sexualidad tiene múltiples y objetivas expresiones: no sólo en la condición genética, hormonal, neurológica, fenotípica, sino también en las bases del temperamento y la afectividad.
Como cualquier crítica justa, el análisis también destacaba los aspectos positivos de los textos escolares: la reflexión sobre los prejuicios y la publicidad sexistas, la defensa de la igualdad del valor y dignidad entre varones y mujeres y la promoción de sus derechos.
Respecto a la equidad de género -aunque algunos no acepten el término- existe un amplio campo de trabajo desde el ámbito de la educación y las políticas públicas. Urge la erradicación de la violencia doméstica y sexual, la revalorización de las diferencias y la complementariedad sexual. La esfera pública y la vida privada requieren que se reconozcan los aportes diferenciales de padres y madres, que se revalorice el trabajo doméstico y se empodere a la familia como el más importante ámbito de humanización. En síntesis, que se promueva una cultura de respeto absoluto a la dignidad humana, por encima de cualquier diferencia.
Hacen bien los padres de familia en oponerse a la infiltración de conceptos que no han sido suficientemente explicados ni consensuados como el de “identidad de género”. Este término es usado en el terreno sicológico/siquiátrico para designar los casos en que las personas no se identifican con su sexo de nacimiento, pudiendo experimentar “disforia de género”. Como concluye un reciente informe del Colegio Americano de Pediatría, la ideologización del género (no su enfoque de equidad) perjudica a los niños.
Por el bien de nuestros hijos espero que tengamos la suficiente madurez intelectual y política para dialogar de manera respetuosa y conciliadora, sin descalificativos, agresiones, negaciones ni extremismos.